Había una vez un músico
prodigioso que vagaba solito por el bosque dándole vueltas a la cabeza. Cuando
ya no supo en qué más pensar, dijo para sus adentros: "En la selva se me
hará largo el tiempo, y me aburriré; tendría que buscarme un buen compañero."
Descolgó el violín que llevaba suspendido del hombro y se puso a rascarlo,
haciendo resonar sus notas entre los árboles. A poco se presentó el lobo,
saliendo de la maleza. "¡Ay! Es un lobo el que viene. No es de mi gusto
ese compañero," pensó el músico. Pero el lobo se le acercó y le dijo:
"Hola, músico, ¡qué bien tocas! Me gustaría aprender." - "Pues
no te será difícil," respondióle el violinista, "si haces todo lo que
yo te diga." - "Sí, músico," asintió el lobo, "te obedeceré
como un discípulo a su maestro." El músico le indicó que lo siguiera, y,
tras andar un rato, llegaron junto a un viejo roble, hueco y hendido por la
mitad. "Mira," dijo el músico, "si quieres aprender a tocar el
violín, mete las patas delanteras en esta hendidura." Obedeció el lobo, y el
hombre, cogiendo rápidamente una piedra y haciéndola servir de cuña, aprisionó
las patas del animal tan fuertemente, que éste quedó apresado, sin poder
soltarse. "Ahora aguárdame hasta que vuelva," dijo el músico y
prosiguió su camino.
La lectura es la puerta abierta a la imaginación
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