¡Tom!
Silencio.
‑¡Tom!
Silencio.
‑¡Dónde andará metido ese
chico!... ¡Tom!
La anciana se bajó los
anteojos y miró, por encima, alrededor del cuarto; después se los subió a la
frente y miró por debajo. Rara vez o nunca miraba a través de los cristales a
cosa de tan poca importancia como un chiquillo: eran aquéllos los lentes de
ceremonia, su mayor orgullo, construidos por ornato antes que para servicio, y
no hubiera visto mejor mirando a través de un par de mantas. Se quedó un
instante perpleja y dijo, no con cólera, pero lo bastante alto para que la
oyeran los muebles:
No hay comentarios :
Publicar un comentario